lisboa
es de madera, amarillo plátano, con asientos incómodos, como los del tren estrella, aquel que tenía compartimentos para seis o más personas que tanto sale en las pelis antiguas y que tuve el honor de utilizar volviendo hace muchos años de sevilla. hace recorridos por toda la ciudad, pero no circulares, para así evitar que los jubilados, como el billete les sale gratis, estén todo el día dando vueltas e impidendo que los turistas ocupen asientos. su mecanismo se asemeja a los coches de choque, de ahí que si lo miras desde fuera ves salir chispas del cable que une al tranvía con la red eléctrica, como el gancho que unía al delorien de michael j. fox en regreso al futuro, que casualmente más tarde funcionó con plátanos. en algunas de las calles la distancia entre el tranvía y los edificios de los lados es tan estrecha, que no solo no hay aceras, es que no hay ni peldaños en los portales. la línea más bonita es la 28, que te lleva al castillo de san jorge entre otros monumentos, pero lo mejor de la 28 es que te enseña la parte más romántica de la ciudad, y es que esta ciudad, a mí, me parece romántica.
el sonido que hace, tanto cuando frena como cuando acelera, es ensordecedor, y además hay que tener cuidado con los carteristas, por no hablar del precio. aún así hubiera estado todo el día dando vueltas. solo que creo que el jueves tomé mi último tranvía.